Antía
era una chica normal, sin embargo, su mente albergaba pensamientos
diferentes a los habituales. Todas las noches a las dos y treinta y
dos minutos de la madrugada salía de su casa y caminaba adentrándose
en el monte alejándose de las luces de la ciudad hasta un lugar
suficientemente alto; estiraba su cazadora en el suelo y se tumbaba
cubriéndose la cabeza con la misma, miraba las estrellas y pensaba
que algún día las recorrería todas. Tras fantasear con otros
mundos, vidas paralelas o seres inteligentes se iba a casa; todos los
días yendo de vuelta a casa se caía en el monte, siempre en el
mismo lugar, pero nunca lo recordaba; quizás por que su mente estaba
en el cielo, o quizá porque no le importaba... Lo que ella no
esperaba es que todo el firmamento la veían caer y levantarse cada
noche, igual si lo supiera lo recordaría o se avergonzaría de
ello.
Una
noche, ella enfermó, y no pudo recorrer el monte dónde cada noche
dormitaba observando las estrellas. La noche siguiente tampoco pudo
ir, ni la siguiente... La enfermedad avanzaba y no se curaba, pero lo
que le preocupaba a ella era no descansar viendo el firmamento; éste
a su vez no entendía por que la joven Antía no iba a visitarles.
Un
buen día recuperó sus fuerzas cuando su vida parecía que iba a
finalizar, recorrió todo el bosque en busca de la cima más alta. Se
quitó su abrigo como todas las noches y se recostó sobre ella con
la mayor sonrisa que pudo esbozar, lo echaba de menos, esa paz, esa
dulce brisa y el sonido del aire luchando contra los árboles por
poder pasar...
Se
hizo tarde así que Antía se levantó y se dirigió a casa, por el
contrario, la piedra que se cruzaba en su camino seguía en su sitio;
cayó, pero al levantarse algo no iba bien, sus piernas comenzaron a
temblar y fallarle, por su cuerpo recorrían escalofríos que la
congelaban poco a poco; su cuerpo no hacía caso a las ordenes de su
mente, sin poder evitarlo, su corazón dejó de latir; ahí, dónde
siempre caía y nunca volvería a tropezar ya que ahí pereció su
cuerpo...
La
noche siguiente, a las dos y treinta y dos minutos de la madrugada,
apareció una nueva estrella en ese firmamento...